
Como los grandes Arthur Miller y Teenese Williams, a Claudio Tolcachir siempre le ha gustado fijarse en la familia como eje central de sus historias. Las relaciones afectivas que surgen en el seno familiar forman un núcleo primordial en sus historias y, así, Emilia se convierte en un melodrama que te cautiva de principio a fin aunque es a partir de la mitad de la obra cuando se va entendiendo todo lo que sucede en la primera pare atándose cabos.
Emilia habla del amor incondicional que se puede sentir hacia alguien con el que no existe ningún lazo sanguíneo, ese amor no puede ser menor que el que una madre siente hacia su hijo. Emilia es la niñera de Walter, al que se encuentra de casualidad muchos años después de prestar sus servicios a la familia. A Emilia la pagaban por cuidarle pero no por quererle, el amor que sentía hacia él era como el que siente una madre, gratis, fuera de cualquier interés, sin condiciones.

Una emocionantísima obra en la que los acontecimientos y las palabras precipitan a sus personajes a un desenlace inesperado.
Gran parte de la culpa de que la obra conmueva y emocione la tiene un fantástico reparto al que no se puede poner ningún pero, sino agradecimiento por hacernos vivir una noche tan mágica.


En fin, yo no eché en falta a la gran compañía que pone en pie siempre las obras de Tolcachir, Timbre 4. Emilia, en los Teatros del Canal. Para no perdérsela.

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